Las emociones, esas reacciones químicas que nos traen de cabeza. Cuando nos sale algo mal: nos frustramos. Cuando pasa algo inesperado: nos sorprendemos o nos asustamos. Cuando bailamos: disfrutamos. Cuando nos dañan: nos sentimos tristes. Cuando nos enamoramos: nos enajenamos. Y un largo etcétera.  Todas y cada una de las situaciones que vivimos en nuestra vida nos llevan a sentir una emoción. Qué regalo y qué agobio!

Mi recomendación como psicóloga es que pienses que toda emoción es un regalo, es un aviso para algo. Toca escucharse y darse respuestas. Puede que ahora mismo estés pensando en que no es así, que hay emociones que no son en absoluto un regalo. Pero he de decirte que creo que te estás fijando en los acontecimientos que las han provocado. Sin duda, aquí te doy la razón. Los acontecimientos son una M***** en más ocasiones de las que nos gustarían. Sin duda.

Hay acontecimientos que suceden por causas totalmente ajenas a nosotros y otros en los que sí que tenemos parte de responsabilidad. Ante los primeros, si traen consecuencias negativas, sólo podemos hacer un duelo con ellos. Ante los segundos podemos librar culpas y trabajar todas las emociones asociadas, para poder buscar soluciones y así aprender de los errores.

Existen dos grandes grupos de emociones

  • Emociones primarias: esas reacciones químicas que suceden inmediatamente después de un evento, palabra o hecho concreto. Por ejemplo: me felicitan y me sorprendo.
  • Emociones secundarias: son las reacciones consecuencia de las primarias. Siguiendo con el ejemplo anterior: me felicitan, me sorprenden y después siento una emoción de gran alegría, por ello.

En muchas ocasiones atendemos directamente a las emociones secundarias. Suelen ser más impactantes y más satisfactorias o perturbadoras. Antes escribí sobre una emoción positiva. Si ponemos el ejemplo al revés: me riñen porque he fallado en algo, me sentiré inicialmente triste. Y es probable que como consecuencia me sienta una fracasada por haber fallado. La emoción secundaria aquí puedes ver cómo es muchísimo más molesta que la primera, ¿verdad? Nuestro cerebro tenderá a quedarse con la más potente. “Soy una fracasada” es muchísimo más dura que “estoy triste”.

Tips para manejar nuestras emociones

  • Distingue entre emociones primarias y secundarias

Las emociones primarias suelen ir asociadas a estados y las secundarias acostumbran a ir a formas de ser. El primero impulsa al cambio, porque recuerda que la emoción es temporal. El segundo impulsa al inmovilismo porque te asigna un rasgo de personalidad.

  • Las emociones son siempre transitorias. Tienen un principio y un final.

Acompañando a las emociones, nos encontramos con las reacciones físicas. Nuestro cuerpo también responde.

Ante situaciones de malestar puede que tus músculos se tensen. Que notes la mandíbula más apretada o los puños cerrados, por ejemplo. Y ante situaciones de alegría puede que no sientas ningún tipo de dolor, que tus brazos y tu cuello están sueltos, que tu barriga está relajada,etc.

  • Observa tu cuerpo. Tiene algo que decirte.

El simple control del cuerpo puede hacer que cambien totalmente tus emociones. Si logras identificar las tensiones musculares, el poder darle un espacio para soltar, te puede ayudar a cambiar el tono de la situación al momento.

Por supuesto esto requiere práctica. Por lo que te animo a que todos los días dediques un espacio a tensar y relajar los músculos conscientemente, para que así puedas identificar al instante, la tensión en una situación cualquiera de tu día a día.

Tanto el fijarse sólo en las emociones secundarias como en las tensiones físicas, te puede llevar a entender las emociones como algo permanente y de esta forma te vamos a lastimar. Y no estoy hablando solo de las emociones negativas. También la búsqueda de la permanencia de una emoción positiva, puede provocar un dolor.

Te lo explico mejor con dos ejemplos. Imagínate que un día has descubierto que saliendo de noche y bebiendo unas copas te lo pasas en grande. Te sientes libre y con mucha más valentía a la hora de bailar y de hablar con otras personas. Si eres una persona que valora mucho la diversión y el poder bailar y hablar con desconocidos sin vergüenza, buscarás en cada salida los mismos efectos y puede ser peligroso para tí el estar siempre bebido. Bien porque te puedes caer, cometer conductas de riesgo o perder a tus verdaderos amigos por tus comportamientos extremos.

Ahora voy con un ejemplo de emoción negativa. Imagínate que eres una persona a la que le gusta siempre tener las cosas bien hechas, ordenadas y bajo control. Puede que un día ocurra algo que no esperas. De repente fallas en ese trabajo o tarea que tenías previsto que sucediera de una determinada manera. No lo soportas y esa noche llegas a casa y te atiborras a comida basura (chocolate, patatas fritas, pizza…) para paliar el malestar. Al momento o al día siguiente probablemente te sentirás fatal y sin ganas de nada. “Además de fallar en el trabajo también he perdido en mi vida”, pensarás.

Como puedes ver en ambos ejemplos se esconde algo autodestructivo. Es muy muy importante que identifiques tus conductas ante las emociones sentidas. La autodestrucción sólo reforzará y sumará malestar. En ningún caso te hará crecer.

  • Observa cómo te relacionas con tus emociones. Tus comportamientos te darán pistas sobre esas heridas que todavía están pendientes de resolver.

En base a estas cuatro pautas te animo a coger lápiz y papel y responder a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué ocurrió hoy o hace poco que te hiciera no ser 100% tú?

2. ¿Cómo te sentiste emocional y físicamente?

3. ¿Cuáles fueron tus impulsos en ese primer instante? ¿Hiciste, dijiste o dejaste de hacer o de decir algo de lo que te lamentas?

4. ¿Cómo te quedaste después? ¿Cuáles fueron las consecuencias para tí o para tu entorno?

Este ejercicio te servirá para identificar tus impulsos más primarios y poder así trabajar sobre ellos para mantenerlos bajo tu control y comportarte como realmente eres.

  • Otro de los puntos fundamentales a la hora de relacionarnos con nuestras emociones es el cómo nos hablamos.

Si te paras a pensar en cuando algo no te ha salido como querías, como esperabas, si has metido la pata, si te has reído demasiado,etc. Seguramente encontrarás frases del tipo: “qué tonto/a soy”, “siempre meto la pata”, “nunca acierto”, “soy una inútil”… ¿Te suena alguna? Lo único que consigues es mandarte mensajes negativos que lo único que provocan es anclarte en el malestar y en la culpa y no abrirte a las posibles soluciones.

  • Observa cómo te hablas

Este ejercicio es valiosísimo para salir de la posición de víctima y movernos hacia el cambio y la mejora. Todos fallamos y tenemos derecho a ello, además. Falla con gusto y rectifica con diligencia. Al hilo de esto, también es importante que te conviertas en un “escuchante emocional” y atiendas a lo que tus emociones te han venido a decir. Porque sí, todas y cada una de ellas aparecen porque necesitas algo.

  • Escucha a tus emociones y habla con ellas

El hablar con tus emociones te ayudará a coger perspectiva y enfrentar las situaciones de una forma más eficaz. A continuación verás para qué sirve cada una de las emociones básicas:

  • Miedo: te enseña a huir o a buscar alternativas y herramientas nuevas para enfrentarte a lo desconocido.

  • La tristeza: es el motor del cambio. Te enseña a parar y coger fuerzas para seguir de una forma diferente. Y te enseña a aceptar los cambios.

  • La rabia: te enseña a modificar tu comportamiento o comunicarte con los demás de una forma diferente para sentirte más comprendido/a.

  • El asco: significa “sal de ahí”. No repitas eso y pon tus límites.

  • La sorpresa: te empuja a ser niño/a. A jugar y disfrutar.

  • La alegría: te recuerda que el bienestar es posible y que hay actividades que te hacen sentir bien. Regístralas y agradece cada día para qué están aquí.

Si has llegado hasta aquí, habrás entendido que cuánto más te relaciones y te comuniques con tus emociones, pensamientos y acciones mayor capacidad tendrás para gestionarlas de una forma adecuada.

Artículo escrito por nuestra psicóloga, Carlota Serrapio.